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Pegida: ¿Un debate sin fin?

Marcel Fürstenau (JOV /JC)26 de enero de 2015

En Alemania no cesa la discusión sobre la forma de enfrentar el dudoso movimiento de protesta. Lo que aparece como expresión de una cultura del debate público, también puede ser señal de impotencia. O de ambas cosas.

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El cantante Herbert Grönemeyer en un concierto por la tolerancia en Dresde el 26 de enero.
El cantante Herbert Grönemeyer en un concierto por la tolerancia en Dresde el 26 de enero.Imagen: picture-alliance/dpa/S.Kahnert

Sigmar Gabriel, líder de los socialdemócratas alemanes (SPD) se entrevistó con partidarios de Pegida en Dresde. Y las reacciones eran previsibles. El también ministro Federal de Economía es alabado, pero también culpado por su disposición a hablar con Pegida. Gabriel ha recibido apoyo, pero también rechazo, tanto dentro como fuera de sus filas. En temas tan emocionales como los que reclaman los autodenominados "Europeos patrióticos contra la islamización de Occidente” y sus consignas, no reina consenso en el partido socialdemócrata alemán, ni en los demás.

Para los periodistas es más fácil que para los políticos

Ya no se trata de difusos miedos a otras culturas. Pegida y sus filiales con nombres similares se han convertido en una plataforma para los frustrados, indignados y extremistas de derecha. Una situación cuyo manejo les cuesta mucho más a los políticos que a los periodistas. Mientras los periodistas tienen que preocuparse por el número de lectores, escuchas o espectadores, cuando hablan con miembros de Pegida los políticos tienen que tener en mente las encuestas y los electores.

Pero lo que no se puede hacer es ignorar el problema. Si miles de ciudadanos se manifiestan desde hace meses en las calles de varias ciudades alemanas, el fenómeno es social y le compete a toda la sociedad. Pegida se convirtió en un tema recurrente en el Parlamento, en los medios, en Internet, en mesas redondas y hasta en el mensaje de Año Nuevo. Es difícil imaginar mayor relevancia y más explosividad. La preocupación inicial de las marchas de Pegida ha pasado a ser una entre muchas. La supuesta islamización de Alemania, imposible de probar con hechos, está siendo utilizada por otras personas para expresar su descontento sobre todas las cosas posibles.

Sigmar Gabriel, vicecanciller y ministro de Economía.
Sigmar Gabriel, vicecanciller y ministro de Economía.Imagen: imago/Sven Simon

Es muy fácil para la prensa producir reportajes y comentarios sobre dicho movimiento de protesta y adjudicar notas a los políticos por su estrategia frente a Pegida. El ministro de Relaciones Exteriores, Frank-Walter Steinmeier (SPD), está obligado a preocuparse por la imagen de Alemania que en el exterior difunden las consignas racistas durante las marchas de protesta. Pero no debería estar mal que su compañero de partido y ministro colega, Sigmar Gabriel, busque el diálogo con los moderados partidarios de Pegida, en otro campo diferente.

Los límites de la tolerancia

Solo que debería hacerlo con todo el poder y la autoridad de sus muchas funciones públicas. Decir, como dijo Gabriel, que ha hablado como un ciudadano privado con la gente de Pegida es una tontería. Siendo él el vicecanciller de Alemania se percibe en un acto público como oficial. Querer relativizar esa impresión es evidencia de una inseguridad innecesaria en el trato con tan turbio movimiento. La línea divisoria es clara: la tolerancia y disposición a hablar termina allí en donde Pegida es descaradamente racista.

En la versión virtual del diario "Mitteldeutschen Zeitung" el expresidente del Parlamento, Wolfgang Thierse (SPD), formuló admirablemente la pauta de cómo se debiera abordar a Pegida: dialogar no solo significa la aprobación de dicho movimiento como tal, sino que implica asumir la contradicción de sus posturas sobre xenofobia, racismo y conducta antidemocrática.

Las soluciones simples a problemas complejos suelen traer consigo contradicciones, especialmente en una democracia.