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Opinión: Se buscan nuevas estrategias contra el terrorismo

Grahame Lucas (ERC/EL)20 de noviembre de 2014

El nuevo Índice Global de Terrorismo registra un incremento dramático en el número de ataques terroristas en todo el mundo. A juicio de Grahame Lucas, eso indica que las actuales estrategias antiterrorismo no funcionan.

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Imagen: AFP/Getty Images/J. Eisele

Guerra. Esa fue la respuesta que se le dio a los ataques orquestados por la red terrorista Al Qaeda en Estados Unidos en 2001. Bajo la presidencia de George W. Bush, ese país eligió la opción militar y la bautizó, a conveniencia, “Guerra contra el Terrorismo”. Hoy, a trece años de la implementación de esa estrategia, sabemos que el objetivo –ponerle coto al terrorismo– no fue alcanzado. Al contrario.

El nuevo Índice Global de Terrorismo (GTI, sus siglas en inglés), presentado recientemente en Londres, indica que la violencia extremista se intensifica: en 2013 se registraron casi 10.000 ataques terroristas en todo el mundo, 44 por ciento más que en el año anterior. Casi 18.000 personas perdieron la vida a causa de esos ataques, 61 por ciento más que en 2012. La “Guerra contra el Terrorismo” sólo ha traído más terror consigo.

Un aspecto llama la atención cuando estudiamos la historia del terrorismo con mayor detenimiento: en el último medio siglo, el método más efectivo para poner fin a episodios de violencia extremista ha sido integrar a las facciones rebeldes en los procesos de negociación política relevantes para ellas. El caso de Irlanda del Norte es un ejemplo clásico. Según el GTI, 80 por ciento de los grupos terroristas que depusieron sus armas lo hicieron tras suscribir acuerdos aceptables para todas las partes involucradas.

Grahame Lucas, director de la programación para Asia Sudoriental de DW.
Grahame Lucas, director de la programación para Asia Sudoriental de DW.Imagen: DW/P. Henriksen

Sólo 10 por ciento de los grupos terroristas dejaron de llevar a cabo sus ataques tras haber alcanzado sus metas. Más interesante aún: sólo 7 por ciento de los ciclos de ataques terroristas fueron interrumpidos por el uso de recursos militares. Ese es un porcentaje aterradoramente pequeño comparado con el gran número de vidas que se extinguen en el marco de las operaciones militares.

El dilema de la guerra asimétrica

Eso significa que, si la meta es desmantelar a los grupos terroristas, el camino más efectivo para alcanzarla es la negociación. Desafortunadamente, el impulso de estacionar unidades militares o apertrechar a grupos paramilitares en los países golpeados por el terrorismo sigue prevaleciendo, con todo y que, en estos tiempos de guerras asimétricas, los rebeldes se han especializado en luchar exitosamente contra ejércitos regulares.

En muchos casos, los rebeldes evitan los enfrentamientos abiertos y se limitan a organizar atentados explosivos de alto impacto mediático. Esto salta a la vista, sobre todo en Afganistán, donde la misión de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF, sus siglas en inglés) intenta en vano desde hace años vencer a los talibanes y evitar la expansión de su ideología.

Si la primera conclusión que arroja el GTI alude a la inefectividad de la opción militar, la segunda hace referencia a los principales afectados por el terrorismo: Irak, Nigeria, Pakistán y Siria. El terrorismo islamista intenta amedrentar a la población de estos países para imponerles una teocracia estricta. De ahí que se diga que la naturaleza de estos movimientos extremistas es totalitaria.

De ahí, también, surge un dilema: por un lado, es poco probable que las negociaciones ofrezcan resultados aceptables para las partes en discordia porque no existe la posibilidad de proponer soluciones pragmáticas de cara a una ideología fundamentalista. Por otro lado, también las misiones militares tienen pocas perspectivas de éxito; éstas pueden frenar a los movimientos extremistas, en el mejor de los casos, pero no vencerlos.

El terrorismo se intensificará

Todo apunta a que en 2015 cabrá esperar lo peor: grupos como el autoproclamado Estado Islámico, Al Qaeda, Boko Haram y los talibanes seguirán intentando hacer llegar sus mensajes de miedo y odio mediante nuevos ataques. Y la mayoría de sus víctimas continuarán siendo musulmanes, aniquilados por las escaramuzas entre extremistas sunitas y chiítas.

Sólo queda un camino por transitar: los Estados que más embates sufren en el marco de la violencia terrorista no han conseguido integrar la voz de la población al discurso político y social dominante. Estos Estados deben mejorar las condiciones económicas de sus ciudadanos, proporcionarles acceso irrestricto a la educación y fortalecer las estructuras democráticas y de la sociedad civil.

Esa es una tarea de largo aliento, pero es la única manera de secar el caldo de cultivo que alimenta a los terroristas y de aislar a los extremistas. Occidente puede apoyar estas estrategias, pero éstas deben comenzar a aplicarse puertas adentro, en las sociedades más afectadas.