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“No hay que confundir malestar social con conflictos ambientales”

Victoria Dannemann (EL)1 de diciembre de 2014

La apuesta de Perú como anfitrión de la COP20 es ambiciosa. En entrevista con DW, el presidente nacional de la conferencia analiza desafíos y conflictos ambientales de un país que busca apurar paso hacia el desarrollo.

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El Viceministro del Ambiente de Perú, Gabriel Quijandría, preside la COP20 que se desarrolla del 1 al 12 de diciembre en Lima.
El Viceministro del Ambiente de Perú, Gabriel Quijandría, preside la COP20 que se desarrolla del 1 al 12 de diciembre en Lima.Imagen: MINAM, Peru

“La ruta hacia una lógica de crecimiento verde no es una autopista alemana de cuatro carriles”. Con esta analogía, el presidente de la COP20 y viceministro peruano del Ambiente, Gabriel Quijandría, retrata la senda por la que su país intenta avanzar. Su alta vulnerabilidad al cambio climático o los conflictos en la Amazonía son algunas de las preocupaciones del funcionario.

El hecho de liderar la conferencia de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático impone grandes retos a Perú. “Nos hemos beneficiado de un crecimiento económico reciente y tenemos que asumir más responsabilidades en el plano internacional y también con el ambiente”, indica Quijandría. Esto, también con miras a convertir al país en un polo más atractivo para las inversiones, con acceso a nuevos mercados y fuentes de financiamiento que son más exigentes. Y de paso, cumplir las condiciones ambientales que facilitarían el ansiado ingreso a la OCDE.

DW: ¿De qué manera está Perú enfrentando los desafíos del cambio climático?
Gabriel Quijandría: Hay una acción bastante intensa, que ha ido aumentando en función de la responsabilidad de alojar la COP y tener la presidencia.Tenemos una cartera importante de proyectos de actualización de nuestra estrategia nacional de cambio climático. Estamos en proceso de validación con organizaciones de la sociedad civil y del Estado, de dos grandes lineamientos: hacer una sociedad peruana sea más resiliente al cambio climático y una estrategia de crecimiento baja en carbono.

El mundo mira con interés –y preocupación- lo que ocurre en la Amazonía. ¿Cómo piensa Perú aprovechar este recurso respetando el ambiente?
Somos el segundo país en América Latina en extensión de bosques, después de Brasil, sin embargo no hemos logrado desarrollar una industria forestal acorde con ese potencial. Estamos trabajando una estrategia que combina conservación y gestión sostenible, con una participación muy importante de las comunidades indígenas amazónicas, como manejadoras históricas del bosque. Les hemos abierto espacios de participación en la COP20, cosa que no había en otras conferencias. Esto no es nuevo ni solamente vinculado a la COP. Queremos cruzar puentes y cerrar determinadas brechas históricas, que incluyen el tema de titulación de tierras y del manejo forestal comunitario.

Contaminación y deforestación amenazan a la Amazonía.
Contaminación y deforestación amenazan a la Amazonía.Imagen: picture-alliance/dpa/Paolo Aguilar

¿Que papel juegan las inversiones internacionales, como el reciente convenio con Noruega?
Estmos trabajando en este tipo de proyectos. Firmamos un acuerdo que busca generar un pago por resultados. En primera instancia hay que crear las condiciones para que el bosque pueda conservarse y generar fijación de carbono, que pueda ser verificado posteriormente. Hemos firmado la carta de intención y estamos en proceso de formulación del acuerdo específico, sus metas concretas y tiempo de cumplimiento.

Perú ha flexibilizando los requisitos de estudio ambiental. ¿Está privilegiando la inversión por sobre el ambiente?
No son modificaciones de fondo ni restricciones a la gestión ambiental de calidad. Ante el reto de la desaceleración de la economía a nivel mundial, hemos tomado algunas medidas de reducción de tiempos en la tramitación de estudios de impacto ambiental o flexibilización de algunos instrumentos. La ruta hacia una lógica de crecimiento verde no es una autopista alemana de cuatro carriles. Es un camino rural complejo, con muchos escollos en el camino, y con avances y retrocesos. A veces se da un paso atrás para dar dos pasos hacia adelante.

¿No puede esto poner en juego los estándares ambientales?
No, en ningún caso. Son decisiones vinculadas por ejemplo a reducir el universo de aplicación de determinadas multas, y aplicar las mayores multas a lo que tiene un efecto real y efectivo sobre la salud o el ambiente y reducirlas en el caso que implican un riesgo potencial. Pero eso no afecta nuestra competencia para fiscalizar y sancionar de manera fuerte. Las multas siguen siendo duras y mandando un mensaje claro.

¿Hay interés por incoporar energías renovables no convencionales (ERNC) y no depender tanto de las hidroeléctricas?
Es un reto interesante y complejo. La matriz energética es relativamente limpia, depende en alrededor de 60% de hidroeléctricas y también de gas natural, que siendo un combustible fósil es de los menos contaminantes. Estamos en proceso de facilitar la entrada de ERNC en la matriz y se han realizado una serie de subastas. Este año hemos inaugurado tres parques eólicos, los primeros en la historia del país, y dos parques solares de gran escala cerca de la frontera con Chile y Bolivia. Con motivo de la COP20 se prevé lanzar una nueva licitación. Debemos estar en un 3,5% de participación de ERNC y estamos discutiendo sobre la posibilidad de ser más ambiciosos y ampliar la meta de 5% prevista para el 2021.

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¿Por qué no apostar definitivamente por ERNC como las fotovoltáicas, aprovechando las condiciones naturales?
Todavía es una inversión relativamente cara, en función de quién sea el usuario final. Para la generacion doméstica todavía es cara, pero para industrias como la minera, podría ser más manejable. Creo que este sector tiene la capacidad y respaldo financiero como para cubrir ese costo adicional y debiera impulsar este tipo de inversiones. En función de cómo avance el reto del cambio climático, estas opciones se van a ir haciendo relativamente más baratas, como ha ocurrido ultimamente.

Hace poco fue publicado un informe que califica a Perú como el cuarto país más peligroso para los defensores del ambiente, con 57 activistas asesinados desde 2002 a la fecha. ¿Cómo se explica esta situación?
Yo diría que este documento tiene un problema de contabilización, porque está incluyendo una serie de víctimas vinculadas a protestas sociales, pero en muchos casos no eran necesariamente activistas ambientales. Obviamente es inadmisible y tenemos una posición contraria a que ocurran estas muertes, que además son una muestra de la falta de capacidad de llegar a diálogo y consenso, principalmente desde el gobierno anterior cuando ha ocurrido el grueso de esta muertes.

¿Los conflictos ambientales en Perú están poniendo en riesgo la vida de las personas?
Hay una situación de retraso en la atención de determinados temas sociales, de inclusión de la población y de acceso al desarrollo, que a veces es puesta en lenguaje ambiental y hace de válvula de escape para una serie de reinvindicaciones, muchas de ellas justas, algunas otras no justificadas. No son recientes, se vienen acumulando desde hace muchos años. Por ejemplo, acabamos de poner en funcionamiento un gran proyecto de irrigación en la costa norte, que tenía 90 años de haber sido formulado. Estas situaciones generan obviamente malestar, que no hay que confundir con conflictos ambientales.

¿Cómo ve usted al Perú después de la COP20 y qué le puede dejar esta conferencia?
Yo esperaría que fuese un país que adoptase el enfoque del cambio climático como parte de su vida diaria, en la planificación, toma de decisiones y en la acción del sector público, privado y de la sociedad general. En términos históricos, siempre hemos estado enfrentados a un territorio complejo y a un clima difícil. El desarrollo ha estado marcado por adaptaciones bastante ingeniosas, pero en algún momento perdimos la brújula. La idea es reincorporar este enfoque y, a través de las nuevas tecnologías, la nueva institucionalidad y los nuevos conocimientos, responder a un reto que ya no es el de la simple variabilidad climática natural, sino aumentada por efectos del cambio climático.