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“Necesitamos más Mandela“

Claus Stäcker / JAG6 de diciembre de 2013

Medios y políticos de todo el mundo se deshacen en alabanzas sobre Nelson Mandela ya desde antes de su muerte. Pero para él, el culto personal siempre fue demasiado. Eso es lo que lo hace único, opina Claus Stäcker.

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Imagen: picture-alliance/landov

Aunque pueda sonar así en algunos medios, seguro que Nelson Mandela no fue un santo. Cada titular lo hace más sobrehumano; cada homenaje lo tilda de ídolo. Y algunos testigos de su época incluso aseguran haber sido inspirados por el karma de Mandela: “Madiba Magic”, se decía siempre que Sudáfrica necesitaba un milagro.

Pero a él le ruborizaba el culto personal. Se mostraba vacilante cuando bautizan calles, escuelas o institutos con su nombre. O cuando construían estatuas de bronce o museos de Mandela. Una tendencia que ahora irá en aumento. Él siempre se remitía a la resistencia colectiva, a predecesores históricos en la lucha, como Mahatma Ghandi, Albert Luthuli o su amigo y compañero Oliver Tambo, hoy injustamente relegado a su sombra. Tambo fue precisamente el primero en ayudar a la resistencia del Congreso Nacional Africano (CNA) a conseguir reconocimiento internacional. También fue Tambo quien escenificó la leyenda internacional de Mandela, una lucha con la que cualquiera podía colaborar, ya fuese en Pekín, Berlín Oriental o San Francisco. Cuando el preso número 46664 fue liberado tras 27 años, Mandela ya era una marca, un ídolo mundial, un mito en el que se proyectaban deseos y esperanzas que un solo individuo nunca podría cumplir.

Indien Südafrika Nelson Mandela in New Delhi
Un ídolo mundial.Imagen: P. MUSTAFA/AFP/Getty Images

Sin ira a pesar del interminable presidio

Quien desee ahora sacar los trapos sucios al sol, puede empezar por sus pecados de juventud y sus hijos ilegítimos. Su debilidad por las mujeres, sobre todo por mujeres bellas, como modelos, estrellas del pop y periodistas, con las que incluso seguía flirteando cuando ya era hombre Estado, saltándose la corrección política. ¿Quién se atreve a reprobar sus planes de atentados, como dirigente de la fracción de lucha del CNA “Umkhonto weSizwe” (Lanza de la Nación)? ¿O criticar su carácter airado y propenso a la disputa, que hoy provoca sonrisas entre sus colegas y camaradas de lucha?

Entre 1994 y 1999, ni siquiera su balance como jefe de Gobierno podría ser calificado de “celestial”. Su mandato estuvo marcado por el pragmatismo y la indulgencia política. Las grandes revoluciones se quedaron en el tintero, y delegó las decisiones cotidianas en otros. Incluso falló con algunas de sus amistades políticas, como con Muammar al Gaddaffi, figura cuyo nombre adoptó un nieto de Mandela. No todo era acorde con su figura de visionario y genio.

A Mandela se le recuerda porque, a pesar de todo, sí consiguió algo sobrehumano. El largo periodo que pasó en prisión tuvo un papel muy importante. No lo doblegó, pero sí lo marcó. La isla-prisión de Robben fue para él “la Universidad de la Vida”, declaró Mandela. Aprendió disciplina y, dialogando con sus guardianes, humildad, paciencia y tolerancia. Su ira de juventud desapareció, dejando paso a la madurez y la sabiduría y, una vez liberado, Mandela ya no era un ciudadano airado ni un revolucionario. Algunos de sus camaradas que querían el derrocamiento y la revolución nacional todavía se lo reprochan.

Respeto para todos

Nelson Mandela quería la reconciliación casi a cualquier precio. Su propia conversión terminó siendo su gran fortaleza: liberarse del pensamiento político para poder ver la totalidad. Darse cuenta de que quienes piensan diferentes no son necesariamente enemigos. Aprender a escuchar y difundir un mensaje de reconciliación, muchas veces hasta el punto de ir en contra de sus creencias.

Sólo a través de ese mensaje conciliador pudo servir de ejemplo tanto a negros como a blancos, a comunistas y empresas, a calvinistas y musulmanes. Era un misionero, un predicador del amor al prójimo. “A su lado éramos todos iguales”, describía entusiasmado el músico sudafricano Sipho Hotstix Mabuse después de ser recibido por Mandela en Londres. Mandela le dio la sensación de ser igual que Bono, que el Príncipe Carlos o que Bill Clinton, sentados en la mesa de al lado. Respetaba por igual músicos, presidentes, reinas y mujeres de la limpieza. Se aprendía los nombres y se informaba sobre sus familiares. Preguntaba por ellos y los tomaba en serio. Con su sonrisa, sus bromas y observaciones constructivas se ganaba a toda la sala. Su aura atrapaba todos, incluso a sus enemigos políticos.

Mandela Bono Konzert Greenpoint Stadium 2003
Mandela con Bono en el concierto del Greenpoint Stadium 2003Imagen: Getty Images

Todo eso no bastaba para calificarle como semidiós. Pero sin embargo, fue endiosado con razón, y ahora se habla de él en la misma tónica que de Mahatma Ghandi, del Dalai Lama o de Martin Luther King. Mandela escribió la historia, y sin él, ni siquiera Barack Obama se hubiese convertido en un presidente ejemplar de los Estados Unidos.

Que hoy se lo vea como un ícono es algo insignificante. Y el hecho de no haber podido lograr todas sus metas políticas, sólo una nota al pie. Su mayor logro fue haber dado un ejemplo creíble de humanismo, de tolerancia y no violencia. Mandela no fue un santo, sino un hombre con fortalezas y debilidades, marcado por su entorno. Sin embargo, será difícil encontrar a alguien tan grande. Y está claro que un poco más de Mandela cada día haría una gran diferencia. En África, en Berlín, Jerusalén o Moscú.