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Rayo de esperanza

8 de abril de 2014

La población de mantarrayas en todo el mundo ha caído de forma alarmante. Alcanzar el fino equilibrio entre conservación y comercio podría ser la clave para la supervivencia de esta misteriosa especie marina.

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Imagen: picture alliance/AP Photo

Sus aguas tropicales y sus arrecifes de coral rebosantes de vida hacen de las Maldivas un destino turístico indispensable. Buceadores expertos y principiantes de Europa y Australia aterrizan en la capital, Malé, atraídos por un archipiélago de 1.192 islas y 26 atolones de coral en la vasta inmensidad del Océano Índico.

Una de las principales atracciones aquí es la mantarraya. De hecho, las Maldivas son uno de los últimos lugares del planeta donde todavía sobrevive esta carismática criatura en grandes cantidades. Aunque hace un tiempo era frecuente verlas en aguas tropicales y subtropicales de los océanos Pacífico, Atlántico e Índico, ahora están en peligro de extinción. En sus esfuerzos por atender la creciente demanda mundial de pescado, los barcos pesqueros se llevan en sus redes accidentalmente a muchas mantarrayas, y además también se las caza porque sus rastrillos branquiales se usan como ingrediente en tónicos de medicina china.

En Mozambique, donde se pueden encontrar algunas de las mayores poblaciones de mantarrayas, el número de ejemplares cayó en un 80 por ciento en la última década. Los números también han bajado dramáticamente en India, Indonesia y Sri Lanka, y estos animales prácticamente han desaparecido del Mar de Cortés en México, lugar donde en el pasado había mantarrayas por doquier.

Una criatura rodeada de misterio

Guy Stevens, candidato doctoral de la Universidad de Nueva York y fundador de la asociación sin ánimo de lucro Manta Trust, con base en Reino Unido, ha pasado una buena parte de su vida adulta estudiando las mantarrayas de las Maldivas. Stevens y su equipo han identificado 3.300 mantarrayas y catalogado su comportamiento durante más de una década.

"Para mí son como el típico canario en la mina de carbón”, dice Stevens. Las mantarrayas son buenos indicadores de la salud del ecosistema de los arrecifes, según el experto. Por razones que aún se desconocen, la población de mantarrayas dejó de reproducirse repentinamente durante un período de tres años en las Maldivas. Stevens quiere resolver este misterio con la esperanza de crear una estrategia de conservación.

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Las mantarrayas son una gran atracción para turistas que viajan a las Maldivas.Imagen: picture alliance/Arco Images

Según los ecologistas, el tamaño de la población de las mantarrayas sigue siendo un misterio. Solo se sabe que maduran lentamente, durante un período de entre 8 y 10 años, que pueden llegar a vivir 40 años o más, y que también tienen un proceso de reproducción lento, dando a luz a una sola cría cada 2-5 años. Estas cualidades hacen a estos peces extremadamente vulnerables a la sobrepesca.

Salvar a la mantarraya beneficia a todos

En 2011, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) determinó que las dos especies conocidas de mantarraya, la manta gigante (Manta birostris) y la manta de arrecife (Manta alfredi) estaban en peligro de extinción a nivel global. Pero hay medidas que se pueden tomar para asegurar la supervivencia de estas criaturas.

Aunque en el pasado se la llegó a conocer como “pez demonio” a causa de sus aletas en forma de cuernos y su gran tamaño, las mantas ahora son muy respetadas por los ingresos que generan. Según el informe “Rayo de esperanza” de 2011 publicado por el grupo ecologista WildAid, tienen más valor vivas que muertas. Durante su ciclo de vita, cada manta genera un valor equivalente a un millón de dólares en ingresos por turismo. Esta ayuda supone un gran empujón a las compañías turísticas y complejos hoteleros de lujo, que a su vez dan empleo a los ciudadanos.

A pesar de su aspecto siniestro, los investigadores describen a las mantas como criaturas sociales que muestran una genuina curiosidad por los humanos. Si el tiempo y la marea se lo permiten, se desplazan por los arrecifes de coral alimentándose de plancton. Sus acrobáticos movimientos y naturaleza afable la hacen aún más popular: las mantarrayas con las carismáticas estrellas de la fauna de los arrecifes, y una valiosa atracción para buceadores que buscan nuevas experiencias en lugares exóticos. Este cariño por las mantarrayas es sin duda una herramienta clave para su conservación.

Wandbild von Pangea Seed, Colombo, Sri Lanka
El grupo ecologista Pangea Seed lleva criaturas marinas a la superficie, creando así fascinantes murales con temas sobre conservación de especies.Imagen: Aaron Glasson/Celeste Byers/Simon Blackfoot

Equilibrio entre comercio y conservación

Para los ciudadanos de las Maldivas, cuyos salarios dependen del turismo y la pesca, las mantarrayas tienen un delicado lugar entre el comercio y la conservación. Tanto así que desde hace varias legislaturas se vienen tomando medidas para asegurar su protección. En 1995, las autoridades prohibieron la exportación de mantarrayas y productos de mantarraya, deteniendo así lo que podría haber sido un proceso desastroso para la especie.

Los pescadores locales que dependen de los recursos naturales de los arrecifes para vivir también deben adaptarse a las normativas. La pesca con red no está permitida en aguas territoriales para asegurar que las grandes especies marinas no acaban en las redes por accidente. Además, los pescadores locales deben usar cañas de pescar para atrapar atunes de forma sostenible.

En 2009, autoridades maldivas declararon la Bahía de Hanifaru, un popular punto de buceo habitado por mantarrayas, como reserva marina. Las reservas marinas están diseñadas como parques subacuáticos para la fauna marina, y también se conocen como zonas vetadas a la pesca. Así se consiguen lugares completamente seguros para mantarrayas y otras especies que habitan la bahía, libres de explotación pesquera.

A partir de septiembre de 2014, la mantarraya recibirá, junto con otras cinco especies de tiburones, un nuevo nivel de protección bajo la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, por sus siglas en inglés). El objetivo es asegurar que la pesca de mantarraya sea sostenible a la vez que legal a escala global.

En respuesta a ello, el gobierno indonesio declaró recientemente una prohibición de pesca de manta en todas sus aguas territoriales. La asociación Manta Trust lanzó una petición online animando a sus seguidores a presionar al gobierno de las Maldivas a expandir sus reservas marinas para proteger a las mantarrayas.

Rochen auf dem Fisch Markt, Sri Lanka
Las mantarrayas se pescan ávidamente a causa de sus rastrillos branquiales.Imagen: lee_wu/CC BY-ND 2.0

Necesidad de mayor protección

A pesar de todas estas medidas, la realidad no parece muy prometedora para las mantarrayas. Según un informe reciente de la UICN, el 25 por ciento de los tiburones y mantarrayas del mundo están en peligro de extinción, y las criaturas de gran tamaño que viven en aguas poco profundas son las que más riesgo corren.

“A no ser que hagamos algo al respecto, lo más probable es que la disminución de su población lleve eventualmente a su total extinción”, dijo Nick Duvy, copresidente del grupo de Especialistas en Tiburones de la UICN y profesor de ecología marina en la Universidad Simon Fraser de Canadá, sobre tiburones y mantarrayas.

El reducido número de mantarrayas va en correlación con los gustos cambiantes de los consumidores en los mercados asiáticos. Durante los últimos 15 años, los pescadores han pescado mantas a causa de sus rastrillos branquiales, el órgano que las criaturas usan para filtrar comida.

La demanda de productos naturales que se venden en mercados regionales de las ciudades costeras de China se suple en gran medida con productos provenientes de localidades pesqueras remotas en el sureste de Asia. La captura de mantarrayas es solo una pequeña parte de una gran red de comerciantes que operan en Sri Lanka y a través del Indo-Pacífico Sur. “Las garras del comercio llegan hasta los rincones más lejanos del planeta”, dice Dulvy.

Autor: Enrique Gili
Editora: Sonia Phalnikar