Eurodinámica: viviendo con un corazón artificial | Eurodinámica | DW | 25.03.2011
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Eurodinámica

Eurodinámica: viviendo con un corazón artificial

Uwe Schulze trabaja y hace una vida relativamente normal pese a su corazón artificial. Para este alemán, el tubo metálico que lleva en el pecho es la solución definitiva, aunque no todos los pacientes opinan lo mismo.

Un pequeño tubo con una turbina en el pecho.

Un pequeño tubo con una turbina en el pecho.

Uwe Schulze se levanta todos días a las siete de la mañana.

“Lo primero que hago es tomarme mis pastillas anticoagulantes, dependiendo de los valores que dé mi sangre, que mido yo mismo. Pero, cuando me comparo con otros enfermos, creo que, en realidad, me medico bastante poco”.

Este alemán de Magdeburgo porta en el pecho un pequeño tubo de metal, dotado de una turbina que gira 10.000 veces por segundo. Es un corazón artificial. Después de la operación, podría haber optado por la baja definitiva. Pero la prejubilación no estaba entre sus planes. 50 horas a la semana sigue trabajando para una empresa de recogida de basura. Y se siente en plena forma. Sólo una lucecilla verde que parpadea en su cinturón le delata.

“A veces, la gente me dice ‘ya sé que se lo habrán preguntado mil veces, pero ¿qué lleva ahí?’. Yo les cuento abiertamente lo que es y muchos se sorprenden. Casi siempre quieren saber cómo funciona y si todavía tengo mi corazón natural”.

Y sí, Schulze aún conserva su corazón natural. Pero es demasiado débil. Por eso necesita de la técnica. Ésta lo mantiene con vida, y le permite superar el día a día casi como si fuera una persona sana.

Schulze recibe una llamada. En un lejano depósito de basura se ha roto una de las vallas y alguien tiene que ir a controlar su estado. Inmediatamente se sube al coche. Pero, al llegar, descubre que una parte del camino hay que hacerla a pie. El terreno está ligeramente inclinado. Después de unos minutos, Schulze se queda sin aliento.

“Me canso muy rápido. Para mí, un ligero paseo como éste equivale a practicar deporte de alto nivel. Enseguida estoy deseando sentarme y respirar profundamente unos minutos”.

Schulze no desespera. Tampoco de los cables que continuamente- día y noche- cuelgan de su cuerpo se queja. Ni del cuidado que requiere la maquinaria de su corazón metálico. Evidentemente, ésta debe funcionar a la perfección en todo momento y las baterías han de estar siempre llenas. ¿No preferiría que le implantaran un corazón humano?

“Mientras me sienta bien, no quiero un transplante. Otra cosa es que empezaran a surgir complicaciones, como por ejemplo infecciones. Ese riesgo siempre existe. Pero mientras algo así no pase, me quedo con mi corazón artificial. En estas cosas soy un poco radical: si un día mi bomba se rompe, la cambiaré por otra, igual que cuando se estropea la bomba hidráulica de un camión”.

En teoría, los corazones artificiales como el de Schulze son sólo una solución provisional. Pero en Alemania las donaciones siguen siendo demasiado escasas. Aún hay más personas esperando un órgano que órganos disponibles y, por suerte, la técnica está dando buenos resultados, explica Martin Stüber, de la Escuela Superior de Medicina de Hannover.

“El 40 por ciento de los pacientes que tratamos aquí no encuentra posteriormente dificultades para continuar con una vida laboral activa. Es decir, son personas que siguen trabajando y el aparato no les incomoda”.

Pero no todo el mundo es como Schulze. Algunos pacientes padecen con el corazón artificial problemas respiratorios. Y el desgaste psicológico de saber que lo que le cuelga a uno del cinturón no puede dejar de funcionar en ningún momento es alto. Por eso, la mayoría sigue esperando a que el siguiente transplante sea por fin el suyo.

Autor: Michael Engel/ Luna Bolívar

Editor: Enrique López Magallón

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