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Uribe se va, se queda el uribismo: ¿más de lo mismo?

21 de junio de 2010

El próximo presidente de Colombia, a partir del 7 de agosto, será Juan Manuel Santos. El candidato oficialista tiene la gran oportunidad de emanciparse. Hay suficientes razones para ello. Un comentario de José Ospina.

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¿Es Santos el nuevo Uribe? Aunque es el primer heredero de la “política uribista” es de esperarse que Santos le ponga a su Gobierno un sello propio. Asegurado está que va a seguir aplicando la mano dura contra el “narco-terrorismo”, ¿pero también se aplicará contra los corruptos? ¿Y contra los (potenciales) violadores de la Constitución colombiana dentro y fuera de las filas del Estado y el Gobierno?

La campaña política había terminado con un hecho que habla por sí mismo: mientras Mockus, el candidato del Partido Verde, invitó a votar contra la corrupción, Santos regaló un libro con sus éxitos militares.

Santos es un hombre programado para el poder y el éxito, no para las elucubraciones éticas. Pero si algo se le reconoce a este economista de 58 años, proveniente de una familia de políticos, editores y periodistas, es su seriedad y preparación: fue bachiller de la Escuela Naval colombiana y graduado en Kansas, la London School of Economics y Harvard.

Desde muy joven Santos representó a Colombia. La primera vez en Londres ante la Organización Mundial del Café, cuando este producto era aún decisivo en la economía del país suramericano. Más tarde, fue un exitoso ministro de Comercio Exterior, de Hacienda y de Defensa bajo tres presidentes distintos.

Ya desde el periódico El Tiempo, cuando éste aún no le pertenecía mayoritariamente al grupo español Planeta, Santos supo reunir a una red de personajes de todo el mundo, de los que algunos, ante el escepticismo difundido sobre su Gobierno por venir, consideraron tener que respaldarlo públicamente y defender su integridad. Santos es "garantía de respeto a los principios democráticos, la defensa de los derechos humanos, la protección de las libertades colectivas e individuales", dijeron, entre otros, el mexicano Carlos Fuentes y el hispano-peruano Mario Vargas Llosa. El laborista británico Tony Blair ya le había dedicado un prológo en el mismo sentido a Juan Manuel Santos.

La figura de Santos no genera simpatías, genera confianza, aunque ésta sea fragmentada, dentro y fuera de Colombia. El autor de Las dos Américas, Carlos Fuentes, ha descrito a Santos como un hombre con “una mirada felina, amenazante, pero franca“.

“A Santos no hay que amarlo, hay que votarlo”, así resumía, por su lado, un habitante de la Costa Atlántica colombiana su opción por el electo presidente de Colombia. Fue una inexpresa unión de los más pobres y los más ricos la que eligió a Santos. Pero fueron las casi 4 millones de Familias en Acción (un programa creado por el gobierno de Pastrana), víctimas en carne propia de la miseria y la violencia guerrillera y paramilitar por la disputa del narcotráfico, que reciben subsidios estatales, las artífices determinantes de la continuidad del uribismo en persona de Santos.

No sólo en las lejanas regiones agobiadas por el reclutamiento forzado por agentes ilegales, sino también en plena capital, se optó por el uribismo. En la misma Ciudad Bolívar, el populoso distrito capitalino en donde vive buena parte de los 2,5 millones de desplazados, votó en masa por Santos. E incluso en Soacha la mayoría eligió a Santos. Soacha es un municipio aledaño a Bogotá, de donde en los años anteriores integrantes de las Fuerzas Armadas sacaron a jóvenes inocentes que buscaban trabajo para llevarlos al campo, asesinarlos y presentarlos como guerrilleros dados de baja en combate. Todo por obtener una prima de “buenos resultados”.

Más pudo el pavor a la violencia guerrillera y la expansión chavista que los clamores del Partido Verde y el Polo Democrático. Mientras para buena parte de los colombianos lo más importante en esta contienda electoral era “un cambio ético”, como rezaba la fórmula del filósofo Antanas Mockus, para la mayoría votante de Colombia la seguridad, ante todo, sigue siendo la prioridad.

Nada más legítimo que eso, porque es muy fácil elucubrar sobre principios ideológicos cuando no se es acosado personalmente por la guerrilla, pero Uribe ha llevado a Colombia a niveles peligrosos de “desinstitucionalización”. Álvaro Uribe desdibujó, por decir lo menos, la división de poderes. El presidente saliente puso a tambalear el fino equilibrio de pesos y contrapesos en la administración de Justicia durante sus dos mandatos. Los fallos emitidos por la Justicia tienen que ser tabú para el ejecutivo, así lo contempla también la Constitución colombiana.

Y es aquí en donde Santos tiene que demostrar su verdadero talante, ya de no guerrero sino de estadista democrático. Está entonces por verse cuán independiente será Santos del insistente Álvaro Uribe y su círculo de expertos que planea fundar una universidad virtual para difundir su pensamiento.

A pesar de haber ganado en nombre del uribismo, Santos tendrá que emprender una cierta emancipación del uribismo, si no quiere pasar a la historia como una copia desteñida del original. El carácter de Juan Manuel Santos permite confiar en que eso sucederá. ¿Para bien? ¿Para mal? Desde el 7 de agosto tiene 1.460 días para demostrarlo.

He aquí el vital papel de la oposición que tendrá que ser distinta a la ejercida contra Uribe que obró, a menudo, tan radicalizada como el mismo presidente. Porque es con argumentos y propuestas viables como una oposición debe fiscalizar un gobierno y ganarse a los electores críticos de su gestión, no con acusaciones que hacen titulares y conquistan simpatizantes en el extranjero, pero no resisten los exámenes de las fiscalías.

Habiéndose consolidado el Partido Verde como la segunda fuerza política de Colombia, existen fundadas esperanzas de que Mockus ejercerá esa oposición de calidad que se necesita. En Colombia cambió el gobierno, pero también la oposición. Ambas son señales positivas.

Es en la defensa del Estado de Derecho en donde se tienen que reencontrar los colombianos, es aquí en donde debe darse la “Unidad Nacional” convocada por Santos; así las esperanzas de quienes lo eligieron estén puestas en la seguridad y las de quienes le negaron el voto estén puestas en la construcción de una Colombia con más educación, más trabajo, menos corrupción y menos pobres.

Autor: José Ospina-Valencia

Editora: Emilia Rojas