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Tercer Mundo: la lucha por salir adelante

Luna Bolívar Manaut1 de agosto de 2005

El SIDA, la sobrepoblación, el papel marginal de la mujer, las deficiencias en educación y en sanidad. El Tercer Mundo sufre por dentro. La Iglesia trata de aliviar su dolor: los métodos, discutibles.

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AIDS/SIDA: "La ignorancia mata".Imagen: AP


1.200 millones de personas sobreviven con menos de un dólar diario. 113 millones de niños no van a la escuela. Más de 60 guerras y conflictos siguen abiertos. Son las espeluznantes cifras que vierte la ONU sobre un mundo que está, que da pena mirarlo.

La epidemia que desangra al Tercer Mundo

Cada día que pasa, 15.000 personas más se infectan de SIDA. En el Tercer Mundo, el número de enfermos es siete veces mayor que en el Primero. En el África subsahariana, donde se concentra el 10 por ciento de la población mundial, el 60 por ciento tiene SIDA. En América Latina son 1,7 millones.

El SIDA es una auténtica epidemia: que frena los logros del desarrollo, que es la segunda causa de muerte, que ha dejado ya 14 millones de huérfanos. Estos son los datos que manejan la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF, la agencia de la ONU para la infancia. Según ellas, hasta que no se controle la enfermedad, los países pobres no saldrán de su agujero de subdesarrollo.

La OMS y Naciones Unidas recomiendan la puesta en marcha de programas que combinen la formación y la información, con la promoción de anticonceptivos como el preservativo. En países sumidos en guerras o con pocos recursos, no suelen existir sistemas sanitarios articulados. La enfermedad viaja rápidamente de un lugar a otro cuando las fronteras no están bien definidas.

Los bajos niveles de vida hacen que muchas mujeres se vean obligadas a ejercer la prostitución. Otras viven una violencia sexual que se ampara en el caos y el desgobierno. Mientras en los países desarrollados el SIDA afecta a más hombres que mujeres, en el Tercer Mundo la situación se presenta a la inversa. Ante tal realidad, la prioridad es frenar cuanto antes el desgarrador avance de la epidemia.

Muchas organizaciones católicas trabajan con enfermos de SIDA en el Tercer Mundo. Muchas de ellas siguen también aferrándose a los dictámenes que llegan del Vaticano y negándose a apoyar el uso de anticonceptivos. "Nosotros pensamos que el SIDA debe combatirse desde la educación", dijo a DW-WORLD una miembro de Juventud Mariana Vicenciana que no quiere dar su nombre.

Ella misma reconoce la dificultad de educar en países con estructuras desechas por la pobreza y los conflictos, sin una red educativa, pero se niega a que la Iglesia se abra a otras alternativas. Aún así, también se oyen voces críticas: "la Iglesia tiene que liberalizarse para que la lucha contra el SIDA sea realmente efectiva", dijo a DW-WORLD Lukas Rölli, director del Foro de Educación Superior e Iglesia. Ambas organizaciones, la Juventud Mariana Vicenciana y el Foro de Educación Superior e Iglesia, participan en la Jornada Mundial de la Juventud.

El "sur": cada vez más lleno

Mientras que los gobiernos de los países desarrollados se esfuerzan por convencer a sus ciudadanos de que tengan hijos, la sobrepoblación ahoga los recursos de los países pobres. La población mundial aumenta cada año en 77 millones de personas. El 95% de ellas nace en el Tercer Mundo.

Si no fuera por esta sobrepoblación "los países subdesarrollados y en vías de desarrollo no necesitarían nuestra ayuda", dijo a DW-WORLD Christian Fedel, portavoz del grupo católico Adveniat, también presente en las Jornadas. Fedel no rechaza frontalmente la vía de los anticonceptivos como medio para estabilizar el crecimiento poblacional, pero prefiere el recurso a los llamados "métodos naturales".

Es decir, seguir el ciclo de la mujer, medir la temperatura vaginal, etcétera. Métodos cuya fiabilidad es muy discutible y además son inútiles en la prevención del SIDA. "A mí me parece más bonito sin usar condón", explica Fedel. Aplicado al drama humano de la pobreza, no parece este un argumento de mucho peso.

La mujer: consciente u oprimida

Cabe preguntarse cuál es la dimensión real que separa el hecho de contar los días en que se puede hacer el amor sin peligro de embarazo, y usar un preservativo. "La cuestión de estar a favor o en contra del uso de anticonceptivos tiene mucho que ver con el machismo, con la forma de considerar a la mujer: bien como un aparato sexual o como un ser", dice Fedel.

Así, si una mujer que decide usar anticonceptivos, se está doblegando al macho. Pero si una organización como la Iglesia, que dice defender la igualdad de sexos, niega a las mujeres en su jerarquía los mismos derechos que les concede a los hombres, entonces se trata de una cuestión aparte. "Eso es diferente", dice nuestra entrevistada desde la Juventud Mariana, "yo nunca he querido ser Papa".

Naciones Unidas insiste en todos sus informes en que no habrá desarrollo en el Tercer Mundo si el papel de la mujer en estas sociedades no cambia. Pero uno predica con el ejemplo, y la Iglesia pierde fuerza no aplicando en casa lo que se defiende fuera. "La situación de la mujer en la Iglesia es muy injusta, y para nosotros es realmente un problema", comentó Rölli.

"No todas las organizaciones católicas somos el Opus Dei", clama Rölli. Personas como él, que luchan por mover algo desde dentro, son las que pueden hacer mucho por mejorar la deteriorada imagen de esta institución.