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En busca de frenar la biopiratería

Mirra Banchón 19 de mayo de 2013

El 90 por ciento de los recursos genéticos está en el sur; el 90 por ciento de las patentes en el norte. Para hacer un poco más justa esta situación surgió el Protocolo de Nagoya, que ahora está a debate en Bruselas.

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Imagen: AP

“De las cortezas de árboles sacamos tintes. Hay diferentes para los morados, los verdes y los amarillentos. Con eso ponemos color a las mochilas que vendemos”, cuenta a DW José de los Santos Sauna, gobernador de los indios kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, reserva de la biosfera y Patrimonio de la Humanidad desde 1979. Apartados del mundo occidental, el comercio no es su mayor interés: ni sus animales, ni sus árboles se venden, tampoco sus hierbas medicinales o sus tintes.

¿Qué pasaría si una farmacéutica o cosmética tuviera interés en alguno de los recursos de esta reserva? Por el momento, previa consulta y con el consentimiento de los kogui, el gobierno colombiano podría autorizar el acceso. Una obligación de garantizar el reparto de la comercialización de esa sabiduría ancestral no existe. Todavía.

El porqué del Protocolo de Nagoya

Las culturas ancestrales –como ésta de la sierra colombiana– poseen singulares conocimientos de la naturaleza; y la industria farmacéutica y cosmética moderna hace rato que sabe de su valor. ¿Paga por ello? Por lo general, no. Así, el 90 por ciento de los recursos genéticos –material vegetal, animal o microbiano que presenta valor real o potencial– se encuentra en el sur; el 90 por ciento de las patentes, en el norte. De “biopiratería” se habla.

De que un porcentaje de los ingresos que se generan de sus recursos naturales y sus conocimientos lleguen a los pueblos y Estados originarios de esos saberes se trata en el Protocolo de Nagoya (2010). La firma y ratificación de este convenio de Naciones Unidas se encuentra internacionalmente en marcha. Se prevé que en octubre de 2013 culmine su camino por las instituciones europeas, lo que sería sinónimo de su ratificación por los 28 países de la UE. Para que el protocolo entre en vigor se requieren 50 ratificaciones; hasta el momento hay 16.

¿De quién son los recursos?

“Suele estar estipulado que el recurso natural pertenece a los Estados y el saber a la gente”, explica a DW Hartmut Meyer de la organización alemana de cooperación al desarrollo Brot für die Welt.

No obstante, la falta de transparencia y de regulación ha llevado a que se puedan llenar tomos con ejemplos como el del geranio usado por siglos por una tribu africana para curar la tos que fue patentado en uso exclusivo por una farmacéutica alemana, sin ninguna compensación para los africanos. O el caso de la castaña de la Amazonía y detectada por un laboratorio estadounidense gracias a que los indígenas del río Tambopata en el Perú la usaban para el brillo de su pelo.

En busca de la transparencia

“Hay que asegurar que la gente, los recursos genéticos y el saber tradicional sea debidamente compensado para asegurar la biodiversidad”, afirma Sandrine Bélier, eurodiputada francesa de la bancada de Los Verdes, ponente del informe al respecto que se encuentra a debate en el Parlamento Europeo.

Por lo pronto, la Comisión Europea habla de regular contractualmente los beneficios sólo en el nivel de la investigación. “Pero a ese nivel no suele haber beneficios”, afirma Meyer.

Efectivamente, según dice a DW Arturo Mora, de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, en este momento el 95 por ciento de los accesos a los recursos genéticos se conceden a nivel de investigación de universidades. Para lo que pasa luego con ese conocimiento hay un gran vacío.

“En caso de que Nagoya entrase en vigor, cada investigación debe estar registrada y habrá un contrato que estipule que –en caso de que salga un producto de ella– un tanto por ciento de los beneficios de su comercialización lleguen al Estado originario y a los pueblos. En caso de incumplimiento o piratería, el caso puede ser llevado a los tribunales”, puntualiza Meyer.

Valor y precio

De vuelta a los kogui. En el marco de una exposición sobre su cultura en Bruselas, el mamo Pedro Juan Nuevita, autoridad mayor, nombra en su idioma las cortezas que suelen utilizar: nola, patectía, cibakfú.

“Hay plantas medicinales en los ríos, en la parte media donde no hay frío ni calor y en la parte baja donde hace mucho calor”, cuenta por su parte José de los Santos Sauna. “Esa interacción de frío y calor es parte de la medicina. Cada planta tiene un espíritu eterno para una cosa. Los mamos las preparan como té o como agua tibia para bañarse. Algunas plantas del páramo como el frailejón son buenas para el cabello”, cuenta José.

La lucha para que estos saberes ancestrales tengan un precio puede ser ganada y la UE haría bien en ir a a la vanguardia, afirma la eurodiputada Bélier. ¿Por qué? Siendo la UE el mayor socio internacional de ayuda al desarrollo, apoyar un instrumento que proteja los recursos y la biodiversidad de pueblos como los kogui sería no sólo coherente, sino, según Meyer, “una cuestión de justicia”.

Autora: Mirra Banchón
Editor: Diego Zúñiga

Pedro Juan Nuevita, autoridad de los kogui.
Pedro Juan Nuevita, autoridad de los kogui.Imagen: DW/M. Banchon
Hartmut Meyer, especialista de Brot für die Welt.
Hartmut Meyer, especialista de Brot für die Welt.Imagen: DW/M. Banchon
José de los Santos Sauna, gobernador de los kogui de Sierra Nevada de Santa Marta.
José de los Santos Sauna, gobernador de los kogui de Sierra Nevada de Santa Marta.Imagen: DW/M. Banchon