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El Papa y los despistes en Oriente Próximo

15 de mayo de 2009

Cuando alguien realiza un viaje está expuesto a cometer errores. Más errores se pueden cometer si se es Papa y se viaja el Oriente Próximo. Un comentario de Klaus Krämer.

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Lo desee o no Benedicto XVI, el cargo de Papa no es sólo espiritual, sino también político. Siempre que un Papa visita Tierra Santa es grande el peligro de que cometa desaciertos aquí o allá. Las oportunidades para ello son muchas en esa parte de Oriente Próximo: las realidades religiosas y políticas son tan polifacéticas que quien opine, da lo mismo qué, casi obligadamente cosecha reproches de alguna parte. A ello se agrega que durante sus hasta ahora cinco años de pontificado, el Papa no siempre demostró tener un paso seguro. Piénsese por ejemplo en su discurso en Ratisbona, con la cita sobre el islamismo violento, o en la vergonzosa rehabilitación de la Hermandad de San Pío junto con el negador del Holocausto Richard Williamson.

Traspiés de ese tipo no sufrió Benedicto durante su periplo por Tierra Santa. En el escenario religioso-eclesiástico actúa desenvueltamente. Sus servicios religiosos entusiasman a los feligreses. Y su llamado a la reconciliación de las religiones mundiales no puede desoírse.

Aún debe probar su credibilidad

Otra cosa fue la parte política de su visita. Hubo estaciones en las que en las palabras del Sumo Pontífice, de 82 años, se echó de menos la claridad. En el discurso que pronunció en el memorial Yad Vahsem tendría que haber hablado por ejemplo de asesinato y no de “muerte” de los judíos en el Holocausto. No obstante, simultáneamente se distanció de todo tipo de antisemitismo. Cuán creíble es su posición y hasta qué punto rechaza toda forma de negación o relativización del Holocausto se verá en cómo trate próximamente el caso de Richard Williamson.

Junto al Muro de los Lamentos, el gran santuario judío, Benedicto tendría que haber renovado el gesto de reconciliación de su predecesor. Juan Pablo II había reconocido hace nueve años una parte de culpa de los cristianos en la persecución de los judíos. Benedicto llamó a la paz en esa región del mundo. Ello sin duda también es importante, pero justamente de un Papa alemán cabría haber esperado una señal más clara.

El Papa y los palestinos

Lo que llamó la atención después: el Papa defendió a los habitantes de Cisjordania y la Franja de Gaza y abogó por un Estado palestino independiente. Su posición al respecto era conocida. No obstante, criticar el muro israelí a su sombra, en Belén, subrayar el derecho de los palestinos a una patria soberana en la tierra de sus antepasados y condenar la guerra de Gaza del año pasado exige valor. En ese contexto, el Papa nada dejó que desear en cuanto a claridad.

Los resultados de una visita como ésta por lo general no se ven de inmediato. Habrá que tener paciencia para reconocer qué resultado han tenido las conversaciones diplomáticas llevadas a cabo detrás de las cámaras y los micrófonos: para ver si el proceso de paz recibe nuevos impulsos, si los cristianos –que cada vez son menos– se benefician de ello y si los seres humanos se aproximan entre sí sin recurrir a la violencia.

No obstante, este viaje de peregrinación a una Tierra Santa en ebullición no fue una visita de grandes gestos ni de deslumbrantes discursos. Ya antes de la partida del papa Benedicto XVI, muchos sabían que la carismática visita de su antecesor no iba a poder ser superada. Podría haber sucedido. Pero no fue así. Una lástima.

Autor: Klaus Krämer

Editora: Emilia Rojas Sasse