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Desde Ciudad del Cabo

7 de febrero de 2013

En 1937, Miriam navegaba a bordo de un barco de vapor con rumbo a un nuevo mundo, toda una aventura para una chica de 13 años. En Sudáfrica también había racismo, pero las víctimas eran aquí los negros y mulatos.

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Imagen: DW/L.Schadomsky

“9 de octubre de 1936. Me encuentro a bordo del barco de vapor ‘Stuttgart’ y, por fin, encuentro el tiempo y la tranquilidad para ordenar mis pensamientos y reflexionar si he hecho bien en romper todos los lazos y poner mi futuro y el de mi joven familia a merced de un destino incierto. ¿Cómo irá todo?”

Se percibe un cierto titubeo en la voz de Miriam Kleineibst mientras trata de leer la carta que su padre les envió a Bochum cuando iba rumbo a África a bordo del barco de vapor “Stuttgart”. Quizá es el trabajo que cuesta descifrar los viejos caracteres alemanes en el papel amarillento. O quizá es la mera emoción. Miriam Kleineibst tenía entonces 13 años. Hoy nos ha recibido en su habitación de la planta sexta de la residencia de ancianos "Good Hope Park". En la cocina, el café está listo; hay galletas para acompañarlo. “Parque de la buena esperanza”, qué mejor lugar para una larga conversación con una emigrante judía que tuvo que construir una vida al otro lado del mundo cuando era adolescente.

Desde aquí arriba puede verse el Atlántico, que azota con fuerza los acantilados de Green Point. Green Point y el suburbio colindante de Sea Point conforman el barrio judío de Ciudad del Cabo. Los judíos emigrados de Lituania, Rusia y Alemania y sus descendientes encuentran aquí carnicerías y panaderías conformes a los preceptos del cashrut, escuelas judías y sinagogas.

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75 años tras la huída: Miriam Kleineibst en el puerto de Ciudad del Cabo.Imagen: DW/L.Schadomsky

Si el tiempo es bueno, puede verse la isla Robben en el horizonte, la famosa prisión en la que Nelson Mandela pasó más de 20 años. El icono anti-apartheid de Sudáfrica es un buen punto de referencia para nuestra charla con Miriam Samson, que hoy lleva el nombre de su segundo marido, Günther Kleineibst (un judío también de origen alemán que vino de Berlín a Ciudad del Cabo con 21 años). La ventana ofrece una vista de la famosa Montaña de la Mesa y del grandioso estadio construido para el mundial de fútbol de 2010. Pronto, la conversación deriva hacia los clubes de fútbol de la Región del Ruhr: el Schalke 04, el MSV Duisburg y, naturalmente, el VfL Bochum, el club de la ciudad de origen de los Samson.

En Bochum, los padres regentaban una zapatería. Mientras trabajaban, una muchacha se encargaba de cuidar de Miriam y de su hermano Klaus, 18 meses mayor. La comunidad judía de Bochum era bastante liberal, pero la familia apreciaba enormemente las tradiciones. La cocina tenía espacios de trabajo separados conforme a los preceptos religiosos y se cocinada siguiendo las reglas del cashrut. Los viernes y los sábados, los Samson iban juntos a la sinagoga. “Y cuando aparecían las primeras flores en primavera, mi padre recogía un ramo para mi madre. Tenían un feliz matrimonio, e igual de feliz era mi infancia”, recuerda la enérgica mujer de 89 años. Esta infancia también estuvo marcada por vacaciones en la isla de Spiekeroog, visitas a los abuelos, excursiones y batallas de bolas de nieve.

Adiós a la infancia

Cuando Hitler se hizo con el poder en 1933, esta infancia despreocupada llegó abruptamente a su fin. A partir de septiembre del mismo año, Miriam y sus amigas solo podían ir en grupos de tres por la calle. Seguidores de las Juventudes Hitlerianas las seguían e incluso una vez hicieron que las atacara un perro pastor. Miriam solía defenderse golpeándolos con los patines. “Heredé el temperamento de mi madre”, dice. De ahí en adelante, dejaron de ir al cine, algo que ella adoraba. El padre tuvo que renunciar a su taller. En 1934, los padres enviaron a Miriam a casa de una familia judía en Holanda durante algunas semanas con la idea de que se distrajese un poco. La chica solo tenía entonces 11 años.

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Miriam con su madre y su hermano a bordo del barco que los llevó a Sudáfrica.Imagen: DW/L.Schadomsky

El cabo de la última esperanza

Mientras tanto, los países vecinos imponían cada vez más limitaciones a la inmigración de judíos alemanes. En Australia, Canadá, Norteamérica y Sudamérica, también se habían agotado supuestamente los cupos de entrada. Mientras que la locura aria atraía a sectores cada vez más amplios de la población de la Alemania nazi, los políticos sudafricanos consideraban que los judíos alemanes eran “buenos inmigrantes”. Solo en el año 1936 llegaron 2.500.

Más tarde, el viento cambió de dirección en el cabo. Los camisas grises (algo así como los camisas pardas de Sudáfrica) enardecieron los ánimos en contra de la “extranjerización” y, al final, terminó estableciéndose un cupo. Los Samson tenían que reaccionar con rapidez. El 8 de octubre de 1936 partió el último barco de Alemania desde el puerto de Bremen. El “Stuttgart” llevaba a bordo a 570 judíos alemanes, Moritz Samson entre ellos. En un primer momento, la familia tuvo que quedarse en Bochum. Miriam se encargó de organizar los pasajes para uno de los barcos de vapor que iban a salir próximamente desde Italia. Entretanto, la madre aprendió corte y confección para poder ganar dinero rápidamente en África. En junio de 1937, Miriam, su hermano y su madre se embarcaron en Génova a bordo del “Duilio” con rumbo a África. Para la chica de 13 años, la huída de la Alemania nazi era como una aventura: “Nunca había estado en un barco grande. Para mí, todo aquello era muy emocionante”. En aquella situación, su madre hizo todo lo que estaba en su mano para aparentar normalidad. Su abuela, no obstante, le dijo al despedirse que no volverían a verse nunca.

Al llegar a Ciudad del Cabo, la pequeña Miriam no tenía ojos para la majestuosa Montaña de la Mesa o los estibadores negros del puerto. “Todo lo que deseaba era ver a mi padre”, recuerda. Los refugiados tuvieron que permanecer un día entero a bordo a pesar del calor del verano sudafricano hasta que la comunidad judía pagó 100 libras de fianza por cada recién llegado. “Mi padre nos compró un helado de chocolate. Hizo que un trabajador nos lo llevara a la cubierta”.

Los primeros años

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Recordando los primeros años en Sudáfrica: Miriam junto a la primera casa en la que residió la familia.Imagen: DW/L.Schadomsky

Hoy, 75 años después, acompañamos a Miriam a la casa en la que los Samson se alojaron tras su llegada a Ciudad del Cabo. Es un instante emotivo para todos. “Sí, aquí era”, dice Miriam. “Allí arriba estaba la habitación de mi hermano”. “Pero las palmeras ya no están”, se sorprende. Claro, las palmeras. El helado del padre en el muelle y la vista de las extrañas e imponentes hojas de las palmeras. Miriam recuerda cómo aquellas cosas impregnaron la primera imagen que tuvo de África.

Miriam se aclimató rápidamente al nuevo entorno. Al día siguiente de su llegada, fueron a visitarla los niños del vecindario. Los padres decidieron además que únicamente se hablaría inglés en casa para facilitar la integración (a pesar de esto, Miriam Kleineibst habla con nosotros un alemán correcto y sin acento 75 años después).

Con todo, los primeros meses fueron duros. El padre no encontraba trabajo y era la madre la que mantenía la familia a flote. También recibían ayuda de la comunidad judía (entretanto, habían llegado a Ciudad del Cabo 6.000 judíos de Alemania). Miriam dejó la escuela después de casi dos años y aceptó un puesto como sombrerera. Sudáfrica entró en la guerra en el bando de los aliados y su hermano Klaus y el que más tarde sería su marido se incorporaron voluntariamente a filas para luchar contra la Alemania de Hitler.

Llegó entonces el fatídico año 1948. El Partido Nacional ganó las elecciones, promulgando a continuación numerosas leyes que regulaban la separación de sudafricanos negros, blancos y “de color” (mulatos). El "petty apartheid", orientado a la regulación de la vida cotidiana, fue ampliado legalmente, desarrollándose el "grand apartheid", que institucionalizaba la segregación racial. Para Miriam, todo aquello era como un déjà vu. De repente, los bancos de los parques tenían letreros como los que había visto en Bochum en 1935, pero ahora se les quitaba el derecho a sentarse a los “No blancos” en lugar de a los “Judíos”.

En los suburbios de blancos

¿Cómo reaccionaron los judíos alemanes considerando que ellos mismos habían tenido que escapar de la persecución racista en su país natal? “Estábamos muy ocupados con nosotros mismos”, dice Miriam. “Eran tiempos difíciles. Los niños eran pequeños. Mi marido estuvo muy enfermo durante mucho tiempo“. Aún hoy, al aislado mundo de los suburbios de blancos llega muy poco de la deprimente pobreza de los townships (zonas reservadas a no blancos durante el apartheid) de la metrópolis. En casa de los Samson no se hablaba entonces de política. No obstante, la familia sí que tuvo noticia del reasentamiento forzoso de los residentes del Distrito 6, el conocido barrio multirracial. Durante décadas, blancos, negros, judíos y musulmanes habían convivido en paz en este distrito. De un día para otro, los mulatos, negros e indios fueron hacinados en enclaves y los bulldozers demolieron sus casas.

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En el barrio judío de Ciudad del Cabo.Imagen: DW/L.Schadomsky

La única persona de color en el entorno de Miriam era Aaron, el criado, conductor y chico de los recados de la familia. Ella le tenía mucho aprecio. En los años ochenta, cuando el sistema del apartheid estaba al borde del colapso, la familia y otras de la comunidad ayudaron a distribuir raciones de comida para 1.000 escuelas de townships desfavorecidos.

Vida cotidiana y apartheid

Conversando con Ronnie, el mayor de los dos hijos de Miriam, vuelve a salir el tema del apartheid. Este mánager retirado de una cadena de tiendas sudafricana nos ayudó a organizar nuestros encuentros con su madre Miriam cuando aún estábamos en Alemania. No se separa en ningún momento de ella durante la semana que dura nuestra estancia. Ronnie, nuestro atento acompañante, se considera a sí mismo un “judío sudafricano de origen alemán”. Al preguntarle insistentemente por el papel de los judíos alemanes en el estado del apartheid, reacciona ásperamente: “La primera generación de judíos alemanes se encontró aquí con un gobierno que no era exactamente como aquel que habían dejado atrás, pero que tenía una actitud similar, una policía muy agresiva, por ejemplo. Esto tiene que haber atemorizado a muchos de ellos”. Para un joven blanco como Ronnie, los años cincuenta en Sudáfrica fueron un período despreocupado e idílico: “No obstante, mi familia intentaba marcar la diferencia en el día a día. Tratábamos como a iguales a las personas de color con las que nos relacionábamos a diario. El gobierno, en cambio, les había robado su autoestima”.

La política como lujo

Más tarde nos citamos con el rabino Richard Newman en el "Templo Israel". Creció en Berlín, emigró con su familia a Gran Bretaña y trabajó en Israel, EE.UU. y Alemania. Desde hace cinco años está al frente de la comunidad judía de Green Point. Como todos los rabinos en Sudáfrica, el barbudo Newman tiene la difícil tarea de dirigir una comunidad en la que se mezclan ortodoxos conservadores y liberales. 250 judíos practicantes se reúnen el fin de semana en la magnífica casa de oraciones para celebrar el sabbat.

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El rabino Newman en la sinagoga.Imagen: DW/L.Schadomsky

¿Qué opinión le merece el papel que jugaron los judíos de origen alemán en el apartheid? “El Holocausto y la guerra habían causado tal impacto en los judíos alemanes que emigraron a Sudáfrica que estaban agotados emocionalmente y no tenían capacidad para implicarse en actividades políticas contra el apartheid”, dice Newman. El rabino pone el ejemplo de su propio padre, que también tuvo que huir de Alemania: “Después estaba hecho polvo emocionalmente”. “Cuando los refugiados llegaron a Sudáfrica, su vida era ya lo suficientemente dura. No tenían ni el tiempo y ni las fuerzas para permitirse el lujo de la oposición política”, insiste.

Richard Freedman, el director del Centro del Holocausto de Ciudad del Cabo, lo ve de forma parecida: "Creo que es injusto preguntar a los supervivientes del Holocausto: Si tú mismo habías sufrido esto, ¿cómo podías permitir que ocurriese aquí? El apartheid los inquietaba, pero a la vez estaban ocupados en rehacer su vida, fundar una familia, casarse, encontrar trabajo, curar las heridas. Algunos se hicieron activistas, pero no era lo habitual. No era algo que pudiese esperarse de ellos”.

Herencia e identidad

Nos encontramos en Riebeek-Kasteel, a una hora de coche de Ciudad del Cabo en dirección norte. Michael, el segundo hijo de Miriam, vive aquí rodeado de viñedos en los que se producen vinos selectos sudafricanos. Es directivo de De Beers, la gran compañía de diamantes sudafricana (De Beers ha sido dirigida durante mucho tiempo por los judíos de origen alemán de la dinastía Oppenheimer). Michael vivió con su familia en una polvorienta ciudad minera del norte durante muchos años. Ahora, está instalado en una cómoda casa en este lugar apartado y famoso por sus aceitunas y su colonia de artistas.

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Miriam, Günther y el hijo Ronnie en el jardín del Centro del Holocausto.Imagen: DW/L.Schadomsky

Michael está casado con una sudafricana protestante hablante de afrikáans. ¿Hay algo que una a sus hijos con la identidad judía de los abuelos? “El judaísmo es una parte de ellos, pero no una muy marcada”, dice Michael. “De hecho, tienden más bien al cristianismo. Mi hijo, por ejemplo, es un cristiano reconocido, pero celebra con nosotros las grandes festividades judías dos veces al año. La decisión de hasta qué punto quieren vivir su herencia judía es totalmente suya”.

De vuelta en Ciudad del Cabo, ha llegado la hora de despedirse. Günther, el marido de Miriam, no se siente bien. Su mujer está preocupada. Vamos rápidamente a la farmacia para conseguir medicinas y compramos un pastel en una pastelería de Sea Point. Tomamos el último café en la mesa de la sala de estar. ¿Adoptarán y transmitirán los hijos y nietos la herencia judía de la familia? “No se trata de un judaísmo ostentativo”, dice Miriam. “Celebramos el Pésaj, el Año Nuevo y los demás días de fiesta con toda la familia. Esto es muy importante para mí. No obstante, lo que más me importa es que las personas hagan algo bueno”.

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Satisfechos al fin y al cabo.Imagen: DW/L.Schadomsky

Acabamos el café en el apartamento del Good Hope Park. Miriam Kleineibst, Samson de nacimiento, vuelve a mirar atrás. "Nunca fue fácil, pero siempre fue bien".

Autor: Ludger Schadomsky
Editora: Claudia Herrera