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Fiasco climático en Copenhague

20 de diciembre de 2009

Tras 12 días de negociaciones, la Cumbre de Copenhague rozó el fracaso. Un fuerte revés para la lucha contra el cambio climático, opina Henrik Böhme.

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Fiasco climático en Copenhague.

Han pasado ya dos años desde la conferencia del clima celebrada en Bali. El encuentro concluyó con una hoja de ruta que debía desembocar, en diciembre de 2009, en la firma de un nuevo tratado climático que sustituyera al Protocolo de Kyoto. Ése era el plan. Pero ya meses antes del encuentro en la capital danesa, la situación era muy clara: no habría tal acuerdo. Con el objetivo de rescatar el proceso, muchos jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo decidieron viajar finalmente a Copenhague. Fue así como la "COP 15" -como se denominó en la jerga de Naciones Unidas a la Conferencia sobre el Cambio Climático- se convirtió en una cumbre mundial, en una conferencia gigantesca que, por momentos, amenazó con perecer asfixiada víctima de sus propias circunstancias. Viendo los resultados, sólo puede afirmarse una cosa: se podían haber ahorrado el viaje.

¿Acuerdo "sin precedentes"?

La de Copenhague fue una conferencia extraña: todos, realmente todos, estaban de acuerdo: debemos hacer algo contra el cambio climático. El objetivo de limitar a dos grados centígrados el calentamiento global se mencionó una y otra vez. La atmósfera no puede calentarse por encima de esa cifra en las próximas décadas si aún se pretende limitar las consecuencias del cambio climático. Sin embargo, la cosa se complicó cuando llegó el momento de concretar.

Redaktionsfoto der Wirtschaftsredaktion, Henrik Böhme
Henrik Böhme pertenece a la redacción de Economía de DW.Imagen: DW

Los chinos no estaban dispuestos a admitir ningún tipo de supervisión internacional. Los europeos rechazaron aumentar sus objetivos de reducción de emisiones de dióxido de carbono. Y los americanos no estaban por la labor de ir demasiado lejos a la hora de llegar a acuerdos. Por su parte, los africanos demandaron más fondos sin prometer transparencia ni precisar cómo se gastaría el dinero. En definitiva, se llegó a una situación de bloqueo.

Así las cosas, y para no volver a casa con las manos vacías, los países presentes en Copenhague se pusieron de acuerdo alrededor de un documento estéril. Suficiente para Obama, que lo calificó de acuerdo "sin precedentes". Efectivamente, se trata de tres páginas de una mezquindad sin precedentes. Sin rastro de cualquier tipo de carácter vinculante. Sólo las artimañas ayudaron a salvaguardar el encuentro del fracaso más absoluto.

No se trata solamente del clima

El resultado del encuentro de Copenhague ha ampliado la brecha existente entre Norte y Sur. Conferencias como la de la capital danesa suponen una ocasión única para que los países en vías de desarrollo puedan reclamar la atención de la opinión pública mundial sobre sus problemas. Algo que en esta ocasión hicieron con gran aplomo. Y es que, en realidad, en Copenhague no estaba en juego únicamente la cuestión del cambio climático. Se trataba también del futuro equilibrio de poderes, la seguridad y la estabilidad en el mundo.

Definitivamente, para el presidente estadounidense, Barack Obama, Copenhague no es un lugar propicio. Fue allí donde, hace pocas semanas, fracasó en su intento de llevar los Juegos Olímpicos a Chicago. Un fracaso que volvió a repetirse, en esta ocasión, en su papel de gran esperanza de los activistas contra el cambio climático. Su discurso fue bueno, pero otros, como el del mandatario brasileño, Lula da Silva, fueron mejores. Su esfuerzo fue bueno, pero no lo suficiente. Poco se pudo ver de su pretendido liderazgo.

¿Quo vadis, Kyoto?


¿Hacia dónde camina la política en materia de medio ambiente? Tras Copenhague, ha quedado destruida gran parte de la confianza que tanto había costado construir entre los países industrializados y las naciones en vías de desarrollo. Sólo queda una oportunidad: los países ricos -los mayores emisores de gases contaminantes- deben situarse al frente del movimiento contra el cambio climático sin fijar constantemente condiciones al resto de las naciones. No pueden seguir hablando de repartir la carga sin practicar con el ejemplo.

En Copenhague se desperdició una enorme oportunidad. La comunidad internacional podría haber mostrado su capacidad negociadora. Podría haber supuesto un ejemplo para muchos otros problemas que aún buscan solución. La lucha contra la pobreza, por ejemplo. La política sobre el clima ha avanzado escasos milímetros en las dos últimas décadas. Copenhague ha supuesto un paso atrás de metros. El modelo surgido del proceso de Kyoto no está muerto. Sin embargo, a la luz de lo sucedido en los últimos días, no parece que el éxito de la conferencia celebrada en 1997 en la ciudad japonesa pueda repetirse el año que viene. Esa esperanza ha muerto en Copenhague.

Editor: Enrique López