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Chiítas y suníes, ¿unidos por Ramadi?

Birgit Svensson (ERC/JOV)19 de mayo de 2015

Este 8 de mayo, el Gobierno de Irak ordenó expulsar al Ejército Islámico de Ramadi. Poco después, hombres armados, tanto chiítas como suníes, montaban guardia juntos en los puntos de control más cercanos a la ciudad.

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Imagen: Getty Images/AFP/A. Al-Rubaye

El autoproclamado Estado Islámico (EI), el grupo terrorista que ha logrado controlar amplias zonas del Cercano Oriente, sigue empeñado en dominar la totalidad de la provincia de Al Anbar, la más grande de Irak, ubicada 100 kilómetros al oeste de Bagdad. La localidad de Abu Ghraib, conocida internacionalmente por las torturas y vejaciones practicadas en su centro penitenciario –primero por el régimen de Saddam Hussein y luego por las fuerzas de ocupación estadounidenses–, ha sido blanco de los ataques de EI en más de una ocasión.

Los yihadistas suníes tienen en sus manos la “Ciudad de las Mezquitas”, Faluya, desde principios de 2014. Y su bandera negra ondea en el palacio gubernamental de Ramadi, capital de Al Anbar, desde el domingo (17.5.2015). Algunos analistas perciben la toma de Ramadi como un acto de venganza de EI por haber sido desplazados de Tikrit, capital de la provincia de Saladino, en marzo de 2015. De hecho, se sopesa la posibilidad de que los terroristas pretendan cambiar la recién tomada Ramadi por la codiciada Tikrit.

Haider al-Abadi, primer ministro de Irak.
Haider al-Abadi, primer ministro de Irak.Imagen: Reuters

Abadi, uniendo fuerzas

Este lunes (18.5.2015), el primer ministro de Irak, Haider al-Abadi, ordenó que milicias chiítas fueran enviadas a Ramadi para expulsar a EI de sus confines. Pocas horas después, hombres armados, tanto chiítas como suníes, montaban guardia juntos en los puntos de control más cercanos a la ciudad. Esa mezcla no estaba planeada. Y es que en Al Anbar, habitada predominantemente por suníes, los chiítas son vistos con recelo. Esa animadversión se intensificó debido a las políticas excluyentes del chií Nuri al-Maliki, primer ministro de Irak de 2006 a 2014.

Las fuerzas suníes de Al Anbar terminaron aliándose con los radicales de EI contra el Gobierno de Bagdad. Se puede decir que, desde entonces, la lucha por el control de Al Anbar fue convertida en una cuestión suní. No obstante, el auge de EI ha causado tantos estragos que el nuevo primer ministro de Irak está dispuesto a recurrir a todos los soldados a su disposición. Consciente de las implicaciones de su decisión y de las fricciones en juego, Abadi le dio luz verde a una campaña que busca reconciliar a la población suní con la chiíta.

Contra los rastros del recelo

Grandes afiches han sido colgados con miras a preparar a los ciudadanos suníes para la presencia de militares chiítas en su cercanía. En los carteles se ve a los líderes religiosos chiítas diciendo: “Nosotros servimos a todos los iraquíes”. Abadi tampoco pierde tiempo para calmar los ánimos cuando surgen enfrentamientos violentos entre los acólitos de distintas vertientes del Islam; su meta es evitar a toda costa que recrudezca la guerra civil entre suníes y chiítas que alcanzó su punto álgido entre 2006 y 2008. El enemigo es otro, insiste Abadi.

Al referirse al enemigo, Abadi alude directamente a Estado Islámico. El grupo terrorista describe a los chiítas como “infieles”, deshumanizándolos y alentando su persecución. Ali Abdul Hussein Khadim, comandante de uno de los cinco batallones que protegen Bagdad, asegura que la propaganda de EI es más fuerte que su capacidad militar. De ahí el empeño del Gobierno en neutralizar los mensajes emitidos por los terroristas; mensajes que presuntamente han causado la deserción de la mitad de los soldados del Ejército iraquí.