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La encrucijada de Löw

Daniel Martínez3 de julio de 2014

Cuál debe ser la prioridad: ¿defender, o atacar? ¿Gustar, o obtener resultados? ¿La admiración sin títulos, o los títulos sin brillantez? El entrenador de Alemania Joachim Löw aún busca respuestas en el Mundial.

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Imagen: picture-alliance/dpa

En Alemania no todos están contentos con el papel que está desempeñando su selección en el Mundial. Pese a que el equipo está a pocas horas de jugarse el paso a la semifinal del torneo, los aficionados y los comentaristas aún no se ponen de acuerdo sobre las decisiones que toma Joachim Lów. Para unos, mientras se gane, no hay problema; para otros el el seleccionador asume un enorme e innecesario riesgo de perder movido por sus convicciones.

En el centro de la discusión se encuentran el planteamiento conservador y prudente de los alemanes; el empeño de Löw, -para muchos a costa del poder ofensivo de la selección-, de formar una defensa compuesta por cuatro centrales; y la ubicación del capitán Philipp Lahm, de la cual depende cómo y a qué juega el equipo.

El origen del desconcierto

Para entender lo que hace Löw con la selección de Alemania del presente, la que está en Brasil y este viernes juega contra Francia el partido de cuartos de final, hay que remontarse en el tiempo y hacer dos estaciones: primero en el pasado reciente (2008, 2010, 2012), después en el lejano (1990, 1996).

En el 2006 Jürgen Klinsmann le heredó a su asistente, Joachim Löw, una selección alemana que había empezado a construir su futuro a partir de un fútbol atrevido, muy técnico y de gran poder ofensivo. Löw llegó a la Eurocopa del 2008 con un equipo que generó muy buenos comentarios por su forma de jugar, pero al que no le alcanzó para ganar el título continental pues en la final fue doblegado por España, que a partir de ese momento sería la nueva potencia del balompié internacional.

Torres anota el gol de la victoria sobre Alemania en la Eurocopa del 2008
Torres anota el gol de la victoria sobre Alemania en la Eurocopa del 2008Imagen: AP

Esa Alemania, que estuvo a un paso de ser la protagonista de la era que marcaron los españoles, no renunció a su proceso evolutivo. Por el contrario, cada vez integró a más y más futbolistas jóvenes y talentosos que podían interpretar ese fútbol vertical, maestro del contragolpe y los ataques incisivos y efectivos. En Sudáfrica 2010 el mundo admiró al equipo que formó Löw. Los alemanes se llevaron los elogios de la crítica y conquistaron el corazón de los aficionados, pero el que ganó la copa fue otra vez España.

Tras dos intentos fallidos por ganar un gran trofeo internacional, llegaría una tercera oportunidad, la Eurocopa del 2012, donde los españoles repetirían su victorioso desfile luego de que Alemania, otra vez cosechando aplausos pero no resultados, fuera derrotada en la semifinal por Italia.

El clamor por tradición

El famoso refrán que dice “el que gana tiene la razón, el que pierde está equivocado”, le sirvió a los detractores de Joachim Löw para rebatir los conceptos futbolísticos del entrenador. “Alemania ha perdido su valores tradicionales de lucha y pundonor”, “los alemanes ya no saben defender”, “el fútbol ofensivo está bien para satisfacer al público, pero para ganar los torneos importantes se necesita un sólido fútbol en la defensa”. Este tipo de frases se escucharon al final de cada torneo, tanto en el 2008, como en el 2010 y el 2012.

Los últimos títulos internacionales de Alemania estaban cada vez más y más lejos en el tiempo: 1990 y 1996. Löw intentó convencer al país de que su estilo también podía cosechar éxitos. “Este tipo de fútbol ofensivo es valido, y aunque no nos guste encajar goles en contra, si eso pasa no importa mientras nosotros consigamos una más a favor. Y estamos en capacidad de hacerlo con la riqueza y el potencial de nuestro juego de ataque”, defendió hasta hace no mucho tiempo el seleccionador alemán su concepto.

Alemania como campeón mundial en 1990.
Alemania como campeón mundial en 1990.Imagen: picture alliance/dpa

Los críticos, sin embargo, no se cansaron de recordarle que la Copa del Mundo de 1990, y la Eurocopa de 1996, no se ganaron con un festival ofensivo, sino con una ordenada defensa, y que en esos logros pesó más el espíritu de lucha que la calidad técnica. Claro, comparadas con las del 2008, 2010 y 2012, esas selecciones de la década de los noventa se antojan rocosas, torpes, carentes de filigrana y de estética. Pero en las vitrinas de la Federación Alemana de Fútbol están sus trofeos.

La última oportunidad

Los comentarios en su contra han calado. Y a ellos se suma el hecho de que para la mayor parte de los jugadores de su equipo, como para él mismo, el Mundial de Brasil es la última oportunidad de ganar un gran título internacional. Joachim Löw ha dado su brazo a torcer y para ganar ha preferido archivar muchas de sus convicciones.

Jugar en el Mundial de Brasil con cuatro centrales en la línea de defensa es sacrificar la velocidad en el desdoblamiento al ataque por las bandas, y aceptar las consecuencias de plantar en el fondo a un equipo más pesado. Poner al futbolista que es considerado como el mejor lateral derecho del mundo -Philipp Lahm- como mediocampista, es una renuncia a explotar al máximo a una de sus figuras. Formar sin delantero definido intimida menos al rival.

Hay muchas circunstancias que explican estas decisiones. La carencia de Alemania de defensores laterales experimentados internacionalmente, es una de ellas, otra es el hecho innegable de que los mediocampistas defensivos Sami Khedira y Bastian Schweinsteiger no están en su mejor momento pese a estar dispuestos a dar lo mejor de sí. Joachim Löw sabe todo esto, y con pleno conocimiento de causa se apega a su nuevo concepto.

Sin en los torneos pasados deleitó con un equipo ofensivo que no ganó títulos, en el actual su meta principal es alzarse con la Copa del Mundo con un equipo diametralmente opuesto. Ante Francia, en el partido de cuartos de final, se verá si Joachim Löw esta vez, en Brasil, sí acierta.